¿El zen es una secta?

Mi primera visita a un dojo tuvo su cuota de humor negro. Llevaba más de un año intentando localizar la sede itinerante del Dojo Zen de La Habana, y en el camino había tropezado con algunas escuelas de budismo donde aún no me sentía en casa.

Finalmente, y porque cuando dejas de perseguir las cosas empiezas a entender que siempre estuvieron ahí, apareció un número telefónico para el santo y seña que estaba buscando. Llevábamos un año practicando Vipassana sobre una manta y, aunque era un buen punto de partida, la mente seguía jugando sus juegos para no lidiar con las circunstancias que iba creando.

Hicimos un pequeño viaje a la capital y llegamos justo a la hora en que comenzaba la introducción a la práctica. Fue un momento muy fluido, y enseguida hubo zazen.Como era temprano participamos de toda la ceremonia de la mañana. Hubo genmai, cantos de sutras, incienso… el paquete completo. Al final llegó el momento de las prosternaciones. Con los ojos como platos veía a la gente lanzarse al suelo, con sus vestidos negros, cantando en japonés algo que yo claramente no entendía.

Uno de los monjes me hacía señas para que me sumara al sanpai (nombre que eventualmente aprendí). Y yo sólo podía pensar

“¡madre mía, me he metido en una secta!”.

El resto de los practicantes ni nos miraba. Tampoco la persona que dirigía la ceremonia.

Como casi todo occidental educado en la duda, me negaba a participar de algo que mi intelecto no comprendiera. Mucho menos si implicaba cantar en japonés e hincar la rodilla. Cuando terminó la práctica no hubo mucho de regodeo social.

Cada quien guardó su zafu, se cambió de ropa mientras conversaba muy poco, y regresó a su cotidianeidad. Pero yo quería saber. Antes del zazen nos habían preguntado si teníamos alguna duda.

Pero los detalles sobre la postura parecían muy claros.

Así que salí de allí dispuesta a buscar en Internet qué decían los cantos, y quiénes eran los maestros de que hablaban durante la sentada en silencio. Con un ego tan acostumbrado a llevar razón, me molestaba que no explicaran más, y que rompieran la quietud con una lectura.Investigué un poco. Leí algunas historias, y busqué las traducciones al Maka Hannya Haramita y los votos. Todavía me parecía que estaba en un asunto medio turbio por toda la ceremonia, pero mi corazón estaba a gusto con la práctica.

Me tomó varios años apreciar el valor de cada cosa que se hace en un dojo zen, realizar que con la atención puesta en cada pequeño detalle la mente no tiene dónde refugiarse más que en la práctica del aquí y ahora.

Miro ese primer día y sonrío. Porque aunque a mi mente le aterrorizaba haber caído en una secta, el corazón estaba dispuesto a esperar que las preguntas cesaran para dar paso a las respuestas.

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