Historia de Zazen, Linaje Deshimaru, en Cuba
El comienzo
La historia de la práctica de zazen en Cuba es digna de un Sutra. Gracias al esfuerzo, la constancia, y la firme determinación de practicantes, bodhisattvas y monjes, se escribe día a día en el más absoluto silencio y la total inmovilidad.
Todo comenzó hace unos veinticinco años, cuando el maestro Stephan, discípulo directo y heredero del Dharma de Taisen Deshimaru, puso un pie en esta tierra.
Llegaba de Francia, acompañado de monjes españoles y argentinos.
En Europa, es tradición comenzar las historias diciendo: había una vez…
Pero como esta es una historia sobre la práctica de zazen, para ser fieles a la tradición que de maestro a discípulo ha llegado hasta nosotros, diremos sencillamente:
EVAM
Así he oído.
En un parque cualquiera de la capital cubana, los frikis se reunían como cada noche para hablar de música, filosofía, escapar de los frecuentes apagones, o simplemente, para matar el tiempo.
Pero esta noche de 1996, El Yura, conocido intelectual y filósofo autodidacta, hecho a sí mismo en la escuela de la calle, versado en filosofías y mezclas de opiáceos, traía la última.
Unos monjes zen, picados por la curiosidad que les despertaba nuestro país, habían respondido al llamado de los artistas marciales de esta isla, y habían venido desde Argentina para hacer un retiro aquí, en Cuba.
Los más cercanos, sabiendo que El Yura siempre andaba en algún nuevo misticismo, preguntaron con desgana, qué era aquello de monjes zen.
El Yura, como quien habla en sueños, inundando el aire con su aliento etílico, explicó lo poco que sabía, que era más bien lo que había leído.
El zen es algo así como una meditación que se hace sobre un cojín, los monjes se visten de negro y uno no se puede, o no se debe mover en una hora u hora y media.
¿Y ya está? Preguntaron algunos ¿Sin moverse?¿no pasa más nada?
A veces cantan al final. Respondió El Yura tratando de despertar algún interés entre sus interlocutores.
Casi todo el piquete de frikis coincidió que eso sonaba a algo de lo más aburrido y poco interesante.
El Yura no se conformó con la apatía general y unas noches más tarde, volvió a la carga. Esta vez llevó alcohol, como siempre. Y libros sobre el Zen.
Necesitaba un cómplice, así que le puso en las manos un libro de Shunryu Susuki a su socio más cercano.
Michel tomó el libro y, según sus propias palabras:
Me puse para la cosa cuando me prestó mente zen, mente principiante de Susuki, nunca había leído algo tan así hermoso, sencillo… resoné instantáneamente.
Tiempo después, Michel le dijo al Yura que si aparecía la posibilidad de aprender un poco más, iba a probar.
Ambos coincidieron en que lo mejor era buscar a alguien que pudiera enseñarles en un Dojo, como decía en el libro.
Entonces comenzó la búsqueda del Dojo Zen de La Habana, que al carecer de espacio fisico, se hacía casi imposible de localizar.
Gracias a la búsqueda frenética de El Yura, y a su tenaz insistencia, Manuel Martínez (Manolito), el responsable del Dojo de La Habana por aquella época, resolvió un local para dar una introducción a la práctica de zazen a dos frikis.
Los Bodhisattvas vienen a la tierra de maneras peculiares. Estoy más que convencido de que nacen con una misión clara. Para cumplirla, adoptan los medios hábiles más descabellados.
Gracias a su tenacidad y constancia, El Yura, dijo la palabra justa en el momento adecuado. Depositó un libro en las manos indicadas. Y no paró en su empeño hasta que Michel Tai Hei, futuro primer Maestro cubano del linaje Deshimaru, nuestro querido Sensei, recibiera la introducción a la práctica de Zazen.