Un dojo de todos los colores
Por: Sensei Bárbara Kosen
El primer zazen que hice en Cuba fue cerca del Malecón, en la casa de Omar y su madre. Allí estaba ubicado el Dojo.
En la zona del malecón, el ir y venir de unos cuantos coches y camiones impulsados con viejos motores Diésel provocaba un ruido ensordecedor. Tanto, que no se podía oír el mar.
El primer zazen en la isla, y por primera vez en mi vida vi un Dojo repleto de colores: blanco, gris, negrito, café con leche, cobrizo, mitad amarillo y mitad negro. Toda una gama de caras que se mezclaban, vestidos con kimonos casi blancos a fuerza de usarlos durante zazen.
He dado el kyosaku.
Había llegado el día anterior a La Habana, sola, con un poco de miedo de lo que me esperaba, pues había escuchado de la reputación olé olé de los cubanos.
Alguien me fue a buscar al aeropuerto y me condujo hasta su casa, donde me ofreció mi primer café cubano.
Luego Omar me llevó a lo que sería mi residencia. Un estudio en el último nivel de una torre de 10 o 15 plantas. A pesar de esto, el lugar era muy confortable.
La vista era magnífica, lo que me angustió era la forma de subir las 15 plantas. Un elevador con rejas de metal atravesaba los pisos inferiores, sumidos en la oscuridad hasta llegar a mi destino.
No era la antigüedad del ascensor lo que me angustiaba, sino el hecho que en esta época -1998,1999- los cortes de electricidad eran casi diarios, y en cada viaje imaginaba que el ascensor se detenía en mitad del edificio oscuro. Pero esto nunca ocurrió.
Liudmila que ahora vive en Brazil era mi asistente, mi guía. Era muy buena conmigo, enfadada con el sistema porque era muy difícil comer juntas en un restaurante: o era para los cubanos, o era para los turistas.
Sin embargo, en este viaje tuve la posibilidad de entrar a un cubano en uno de los hoteles Meliá, donde tenía una cita con un miembro del dojo de Madrid que estaba en la isla, más para vacaciones familiares que para zazen.
Era un abogado comunista muy orgulloso de esta por Cuba. Nos invitó al restaurante del hotel. En la recepción no vieron que mi acompañante era cubano, en el restaurante sí, pero para entonces ya era demasiado tarde … En un momento de la conversación, el comunista español dijo:” ¡menos mal que tenemos al rey!”. Y mi amigo cubano estalló de risa.
La sesshin empezó como una pesadilla. Tenía lugar en una iglesia. El Papa había visitado la isla el año anterior, así que las Iglesias tenían más autonomía. Hacíamos zazen en la nave central, yo dormía en una capilla. La primera noche no podía dormir, los mosquitos me comían, no aguantaba la atmósfera de esta iglesia. Salí y fuera todo nuestro grupo estaba durmiendo apaciblemente en el suelo. Intenté también pero no, no podía dormir.
Me quedé dormida durante el primer zazen para mi vergüenza, con un ventilador delante de la cabeza para espantar los mosquitos. Luego, la sesshin se desarrolló bien, ellos no sabían que era un poco alérgica a las atmósferas católicas. Al último zazen vino una chica angustiada: “Viene la policía, cuidado” nos gritaba, pero ya estábamos en calma y tranquilos, tranquilos. No pasó nada.
La mañana después de la sesshin era libre. Aproveché para explorar el famoso Hotel Nacional y tomar un desayuno occidental. Aquí empecé a sentirme mal. En primer lugar, el precio del desayuno era el dinero de la paga mensual de la chica que me servía, de nuevo me sentí avergonzada. En segundo lugar ver a los turistas en la recepción, blancos, feos, borrachos con chicas jóvenes, lindas, llenas de vida, que iban a prostituirse por una miseria de bisutería. Me pareció horrible, colonialista, machista. Todo gracias al poder del dinero. Era la época del turismo sexual que tomaba posesión de la isla. Turistas hombres o mujeres, cada uno tenía su chica o su chico.
Los cubanos son muy cariñosos y tienen una vida enamorada bastante distinta de la de los europeos. Un practicante del dojo venía siempre a hacer zazen con su señora. Un día nos invita a su casa para el almuerzo. Gran sorpresa al entrar en la casa, la señora no era la misma que la del dojo. Luego él me explicó que no tenía otra solución que vivir bajo el mismo techo que la mujer con quien estaba casado. Allí la gente tiene una casa para toda la vida, y no puede mudarse.
Ya fuera en una casa particular o en el dojo, siempre la puerta de entrada se quedaba abierta, especialmente si había una reunión de varias personas. La tarde de la despedida en mi pequeño estudio, encima de la torre, cerramos la puerta. Todos nos reunimos para comer, beber, escuchar música, cantar y estar felices de nuestro encuentro más allá del océano.
Pude entrar en el avión de Iberia llevando en la mano el kyosaku que me habían ofrecido…
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Directo y transparente gracias Maestra, recuerdo esa práctica de su primera vez, fue en la Ermita de los catalanes, recuerdo los mosquitos y mis rodillas aún recuerdan ese primer Zazen bajo su dirección y el ventilador sobre su cabeza, el gran alivio del sonido de la campana anunciando el término, una voz…aquí no se viene a comer…..
Un abrazo
Qué bueno que recuerdas cosas de esa época. Poco a poco estamos recopilando historias de la práctica de zazen, del linaje Deshimaru en Cuba. Te invitamos a que compartas tus experiencias. 🙏